miércoles, 28 de agosto de 2024

Menos es más

 Cuando empecé a estudiar Piano en el Real Conservatorio de Madrid estaba aún de moda un lema pedagógico: en 1º de Piano había que estudiar una hora diaria, en 2º dos, en 3º tres y así sucesivamente hasta 10º. No se tenía en cuenta la edad, el talento, si los padres o hermanos sabían música. Nada. En 1º había que estudiar una hora, en 2º dos, etc. 

La escolaridad de cualquier título instrumental de música incluye, además del instrumento y de Solfeo, otras asignaturas obligatorias, que también requerían estudio. Antes de terminar el Grado Elemental de Piano ya iba un mínimo de 4h de clase a la semana más todas las horas de estudio. El 95% de mis compañeros eran, como yo, niños, es decir, que, todas esas horas de música se sumaban a las pasadas en el colegio y a las dedicadas a los deberes. Antes de los 15 años tanto muchos de mis compañeros como yo conocimos muchos días y semanas de más de 10h de trabajo intelectual. 8-10 h diarias entre todo en un momento en que los estudios del Conservatorio eran un complemento a la enseñanza obligatoria. Ninguno nos estábamos aún planteando hacer de aquello nuestra profesión.

Fueron pasando los cursos, llegamos al Bachillerato, al Curso de Orientación Universitaria y a la Selectividad el que quisiera pasarla. Ahí, tanto los que fueron a la Universidad y siguieron estudiando música como un complemento, como los que decidimos profesionalizarnos en Música dedicábamos 40h semanales al trabajo intelectual y/o artístico. 

En aquellos años pensé muchas veces si aquello era razonable, si había otras formas de conseguir los mismos resultados sin pasarme el día estudiando. Se lo preguntaba a los profesores, a los compañeros y me miraban como si quisiera demostrar la cuadratura del círculo. 

Mucho tiempo después llegué a la montaña y a los deportes de montaña. Al querer mejorar para ser más solvente también pregunté a personas experimentadas y me contestaron «haciendo montaña», que, aunque lógico, me recordó la forma de enfocar la pedagogía en los conservatorios. Al vivir en Valladolid lo de «haciendo montaña» implicaba muchas horas de transporte para llegar a ellas y, buscando algo más eficaz en Internet, descubrí la página de un entrenador de carreras por montaña. Le contacté, le contraté, me puso un plan deportivo de unas 7-10h semanales y mejoré. Al entrar en ese mundillo he tenido acceso a la planificación deportiva de corredores de montaña de élite y ahí lo vi: entrenaban 21-30h semanales, no 40. Algunos habían intentado 40 y se habían lesionado, así que los entrenadores y expertos habían ideado fórmulas para mantener y mejorar los niveles pero sin hacerse daño, considerando siempre que en algunos casos «menos es más».

Si hoy volviera a estudiar música no seguiría casi ninguno de los lemas pedagógicos que me inculcaron y dedicaría muchas horas a aquel camino que, por puro sentido común (aunque fuera el de una niña) quería andar y algunos de mis profesores coartaron: ser eficaz con la forma y las horas de estudio en vez de acumularlas esperando que traigan resultados. Tantísimas horas metida en casa, sentada al piano o en el escritorio y luego también frente al ordenador, no se me hicieron largas porque la vocación y la pasión que sentía por la música era inmensa; pero viví un sistema en el que faltaba lógica y muchísima preparación pedagógica. Con esto no pretendo decir que se pueda terminar una carrera de música, y mucho menos profesionalizarse, estudiando una hora al día pero tampoco cómo se nos enseñaba.

Lo ideal es saber cuándo hay que echar horas a algo porque es muy difícil (en el piano pasa a menudo) o cuando está fallando el método y no es eficaz, lograr una correcta relación entre el «más es más» y el «menos es más» y compensar los días de muchas horas con otros más ligeros. 

Sin equilibrio no hay una buena educación.