miércoles, 25 de septiembre de 2024

Construir familia

 Siempre he creído en la amistad y en la pareja.

Siempre he pensado que no era necesario el ADN ni los vínculos legales o religiosos para establecer relaciones humanas muy profundas y duraderas. 

A la vez he fracasado repetidas veces intentando construir una relación sana con personas de mi propia familia parental. Por mucho que lo he intentado, unos no me ven y otros no me quieren. El paso del tiempo ha hecho el resto y confío menos en algunos de mis familiares que en amigos a los que, incluso, no puedo ver ni una vez al año. 

Al cumplir años, al hacerme mayor, cada vez me resulta más incómodo y menos natural formar parte de grupos humanos con los que no me identifico, por mucho que tengan mi ADN. Preferiría que la relación se rompiera para siempre, de forma amistosa y con agradecimiento por las cosas buenas, si hubo alguna, y ya está. Preferiría que existiera un apartado en las leyes para firmar un divorcio amistoso dentro de la familia y desanudar los vínculos, creados de forma tan artificial, para siempre.

Me temo que no sería la única, me temo que habría cola en los juzgados y que me darían cita para muchos, muchísimos meses después. Por mucha pena que dé, por mucho que duela, la familia es un conglomerado que, en muchos casos, no funciona bien e incluso funciona muy mal, con toxicidades que no toleramos en otras relaciones humanas. La herencia judeo cristiana, la necesidad de pertenecer a algo estable, la tradición, la costumbre, etc. nos llevan a empeñarnos una vez y otra y otra en sembrar, esperar y no cosechar nada o poco en tierras que nunca darán frutos. 

Me tomo cada día más en serio la labor de construir familia fuera de mi familia. Me pregunto cómo puedo hacer mejor todo el proceso, desde la selección hasta la consolidación. Y, cuando lo hago y lo hacemos bien, me da muchísima felicidad sentir las raíces y ver crecer las ramas de la relación. 

En definitiva, del modelo tradicional nos hemos ido abriendo a otros modelos familiares, casi tantos como formas hay de entender el concepto de «familia». Lo importante es que, día a día, la calidad de la relación gana posiciones frente a la tradicional supremacía de la genética, porque al final, con el mismo o distinto ADN, de lo que se trata es de compañía, solidaridad, empatía, cariño y amor. Y si no hay amor de nada sirve tener cromosomas en común.