lunes, 26 de agosto de 2024

Leer un libro entero

La publicidad decía «Taller de retiro para leer un libro entero». 

Volví a leerlo pensando que no lo había entendido bien: «retiro para leer un libro entero». 

Mi primera reacción fue pensar que era una broma, un fake como se dice ahora, pero no, iba en serio, era un taller donde te ayudan a terminar de leer un libro entero. Tiene sentido porque, hoy en día, incluso personas que siempre han leído y a las que les gusta la lectura, son incapaces de mantenerse focalizadas en un solo libro hasta terminarlo. Debe de haber muchísimas personas que necesitan ayuda para dejar de pasar de una pantalla a otra, de un estímulo al siguiente, de una actividad a otra. Personas que se hacen spoilers a ellas mismas, buscan en Internet el final del libro o lo dejan tras haber conseguido la heroicidad de terminar una página o un capítulo.

Leer es una de mis mayores pasiones y también una terapia, una verdadera medicina, sobre todo en los malos momentos. ¿Qué leo? Todo, todo lo que pillo. Libros clásicos, científicos y de divulgación; periódicos y revistas en papel y digitales; partituras; y también textos más o menos largos de las redes sociales. Más todo lo que leo con los oídos: música de todos los estilos; la televisión mientras hago otra cosa; radio y podcasts. 

No soy de esas personas que creen que solo Beethoven y Cervantes sirven de alimento intelectual. A mí, la verdad, me vale casi todo: unas cosas para un minuto y otras para miles de horas, pero no desprecio, por principio, nada. A casi todo le saco rendimiento mental y espiritual. Pienso que si algo te hace pensar, te da ideas, te enseña, te anima, te distrae, te relaja, te hace reír, etc., puede ser de enorme ayuda. La lectura es una forma de viajar, de vivir y, por supuesto, de aprender. 

A los que nos gusta mucho leer hemos vivido los dos extremos: empezar y terminar un libro (aunque sea voluminoso) en pocas horas y también no sentir ganas de continuar y hacerlo por pura disciplina, por el placer de vencer a la pereza o al libro o por ese punto de superación personal de decir «me lo leí entero». Así que, cuando vi el anuncio de ese taller donde te ayudan a leer un libro entero, intenté imaginar cómo es la vida sin leer, y no lo conseguí. No soy capaz de recordar un solo día de mi vida sin libros, desde que mi madre me leía cuentos cuando aún yo no sabía leer, hasta las primeras líneas leídas en algún otro idioma cuando por fin fui capaz. 

Como no todas las personas tienen la suerte de nacer en un ambiente donde se aprecie la lectura y no desarrollan este hábito desde la niñez, ¿no podríamos todos animar a los demás a leer un libro (aunque no sea entero)? Cada vez que cruzas unas palabras con alguien preguntarle por un libro, compartir algo de nuestra última lectura, invitarle a leer como tantas veces recomendamos un café o un restaurante; contagiarnos mutuamente el placer de la lectura, un descubrimiento antiguo o reciente y extender este maravilloso hábito y una de las mejores compañías que todo ser humano puede tener a lo largo de la vida.

La verdad de la naturaleza

 El viernes pasé una muy mala noche, casi no dormí. Tenía todo preparado para la excursión a León del sábado y daba vueltas en la cama pensando que, si no dormía, no podría afrontar el plan del día siguiente. Para animarme y no ponerme más nerviosa recordé que mi primera subida al Monte Perdido fue después de una noche de cuatro horas, en aquel caso por la emoción y la ilusión. 

Al día siguiente me desperté cansada pero con fuerzas para sacar adelante mi proyecto. Antes de llegar a Sabero paré en una entrada de la carretera a dejar un audio a un amigo que me había escrito el viernes por la noche. Aunque le comentaba los problemas que me habían quitado el sueño la víspera ya sentía la diferencia de temperatura de casi 15 grados entre Valladolid y Sabero; veía ante mí una vegetación que ya no correspondía a la meseta y escuchaba sonidos diferentes a los que puedo oír cada día en los pinares de Valladolid. Aún no había llegado a mi destino y, en el fondo, el día no había comenzado y ya sentía cómo se me empezaba a regenerar el cuerpo y la mente. 

Mi primera parada era Sotillos y Ollero de Sabero para disfrutar de la Camperona, esa cima de 1597 tan famosa para los ciclistas. Allí se quedaron parte de mis preocupaciones y para cuando me volví a montar en el coche camino de Ciñera ya estaba a miles de kilómetros del día anterior. Quise expresamente pasar por Candenedo de Fenar donde viví una aventura con mi perra Titania que he escrito y está publicada. Paré en los mismos lugares que estuve con ella y retrocedí en el tiempo unos cuantos años, como si ella estuviera aún con nosotros. Deseé que pronto se organice otra carrera de orientación en la zona para volver por allí a competir. 

El resto de la ruta hasta Ciñera ya me sentí en una nube. ¿Problemas? Ninguno. ¿Preocupaciones? Tampoco. Me sentía plenamente feliz, sin sueño, sin hambre, sin cansancio, contenta de disfrutar de una temperatura veraniega pero sin calima.

En Ciñera recorrí el pueblo de arriba a abajo, fotografiando los murales, parándome en cada esquina para ver la perspectiva de las montañas que la rodean y jugando conmigo misma a predecir la precipitación que, en efecto, cayó a las tres de la tarde. Hablé con sus habitantes, compré miel y después me senté en las gradas del antiguo campo de futbol para que los perros, y en especial Chiqui con su silla de ruedas, se divirtieran bajo la lluvia. 

Estábamos solos, pero, al cabo de una hora se echaron a correr como locos en dirección a María, otra habitante de Ciñera, que luego tuvo la amabilidad de sentarse conmigo y explicarme muchísimas cosas del municipio. Antes de irme y, mientras paseaba con ella, diseñé en mi mente los próximos recorridos que haré desde allí, algunos clásicos y otros menos. 

Durante el regreso a Valladolid me sentía por completo en paz y me acordé de la frase de San Agustín que da título a esta entrada del blog: 

«La naturaleza es la mejor maestra de la verdad»

Eso es. 

En las vidas de todos los días hay mil verdades, la de cada uno de nosotros, la de las diferentes percepciones que cada uno tenemos, más las que se forjan con las mentiras, conscientes o no, con las formas más o menos patológicas de autoengaños humanos. Además está la ilusión de no querer ver la realidad cuando es compleja, o lo contrario, la desesperanza de verla peor de lo que es. 

En la naturaleza todo se coloca en su lugar, como si por fin fueras capaz de armar un puzle que antes no sabías ni por donde comenzar. En la naturaleza consigues distinguir, dentro de tu propia vida, lo que es verdad de lo que no. Te das cuenta de lo que quieres y lo que no, de lo que quieres de corazón mantener en tu vida y lo que no. 

A lo largo de mi vida he conocido grandes cosas y personas, pero nada igual a la naturaleza. Muchas de las actividades que he hecho desde la infancia, como tocar el piano, leer, escribir, estudiar, nadar, etc. relajan mucho y son fantásticas para la salud mental, pero en mi vida nunca ha habido nada tan poderoso para mi equilibrio como la naturaleza. En el resto de los universos que he citado soy yo la que hago la inmersión, el esfuerzo y, al cabo de un rato, corto o largo, siento los efectos benéficos de esas actividades. 

En la naturaleza no hago nada, no me esfuerzo, me limito a estar y ella entra en mí y me devuelve todo: la energía, la fuerza, la serenidad, la ilusión, la vida. 

Al regresar el sábado hacia Valladolid pensé que solo tengo, en el fondo, un problema: que estoy pasando pocas horas por semana en la naturaleza. Ahí está la clave y la solución de todo lo que necesito y esa fue mi conclusión, porque por muchas cosas que haga y resuelva, en unos meses o años no recordaré nada de lo que hice el lunes, martes o miércoles de la semana pasada, pero nunca olvidaré aquel sábado de agosto en la montaña de León.

Las muñecas de Famosa

 «Las muñecas de Famosa se dirigen al portal..» era el comienzo de la canción de un anuncio de la década de 1970 que sonaba todas las Navidades. El anuncio simulaba la peregrinación de todos los muñecos de la empresa alicantina Famosa hacia el portal de Belén. Imágenes religiosas propias de la Navidad, muñecas andarinas funcionando y niño vestidos de pastorcillos cantando el tema musical con panderetas y zambombas como se cantan los villancicos populares. El objetivo de esta publicidad era, por supuesto, dar ideas a los padres y a sus hijos para los regalos de Reyes. 

Aquellos tiempos no eran tan consumistas como los actuales y solo en fechas señaladas como la Navidad, la Primera Comunión, un cumpleaños, etc. recibías una de esas muñecas de Famosa. Algunos padres te dejaban jugar con ellas y otros te la reservaban en vitrinas casi como un adorno. No eran regalos para niños ya que ellos recibían camiones, soldaditos, los también famosos Madelmen y luego Geypermen, indios y vaqueros, coches, grúas, balones, etc. Por último había una serie de juguetes mixtos, como los puzles, juegos de estrategia, patines, etc.

Cuando los niños crecían, si no querían conservar sus juguetes, los heredaban sus hermanos o primos y, si no había, se donaban en las iglesias para otros niños; pero muchos de nosotros, a pesar de que todo aquello nos parecían juegos demasiado infantiles, conservamos muñecos, accesorios, ropa y otras cosas de aquella época.

A partir de 2008-2010 aparecieron las aplicaciones de segunda mano y, como tantas otras personas, empecé a utilizarlas para deshacerme de chismes que sobraban en casa. Un día puse un anuncio con algún vestido de muñeca que había conservado casi nuevo. Se me ocurrió poner como precio 10 euros y, en pocos segundos, recibí más de 25 mensajes. No solo querían comprarlo, sino que me preguntaban si tenía más e incluso me ofrecían el doble del precio que yo había puesto. 

La sorpresa inicial vino seguida de la explicación que una chica me dio: que todo lo relacionado con la muñeca Nancy es muy codiciado por los coleccionistas. A partir de ahí ya investigué sola y descubrí en qué se ha convertido el mundo de Famosa: libros, asociaciones, exposiciones permanentes y temporales, modistos españoles que diseñan trajes, costureras profesionales que replican o inventan vestidos, coleccionables de la editorial Planeta y un mercado presencial y digital muy fluido de compra venta. También la propia empresa sacando tanto una nueva Nancy como ediciones o reediciones de la antigua, y hasta una colaboración con la cantante Aitana para editar una muñeca vestida como ella. En definitiva un mercado tanto para las niñas y madres actuales como para los nostálgicos de los años 60 y 70 del siglo XX. 

Algunas de estas muñecas de hace más de 50 años, si está bien conservada, pueden llegar a costar hasta 2000 euros y eso ha generado que, en torno a este fenómeno de pasión por todo lo que hizo y hace Famosa, surjan estafadores que en las aplicaciones de venta de segunda mano o coleccionismo, ponen a la venta una muñeca que puede existir o no y la venden a más de una persona que, por supuesto, pierde el dinero y nunca recibe lo que compró.

Aunque la Nancy de aquella época se lleva la palma, tampoco hay que menospreciar el coleccionismo de otras muñecas tanto de Famosa como de otras marcas y, en general, los juguetes de los años 70. De la misma forma que cabe pensar que algunos juguetes que se pueden comprar hoy en tiendas de juguetes o en el Corte Ingles por un precio razonable en varios años valdrán el doble.

Nadie podía imaginar cuando, en el mes de diciembre de la década de los 70, veíamos aquel anuncio de Famosa que 56 años después modistos que visten a la realeza y las actrices diseñarían vestidos para Nancy o que aquella muñeca que te regalaron por Navidades constituiría un verdadero patrimonio que, por ahora, parece que seguirá aumentando y atrayendo nuevos coleccionistas. Así que si tienes por casa algún juguete o muñeca de aquellos años no lo tires sin mirar antes su precio, ¡no sea que te arregle el mes o te dé para unas vacaciones!