jueves, 19 de septiembre de 2024

Pigmalion

 Conozco a un pianista que repite en bucle el mito de Pigmalion.

Él fue pianista de élite, con temporadas de muchos conciertos en los que siempre brillaba. Luego, tal vez por la exigencia de la carrera pianística o por otras razones lo ha ido dejando, aunque de vez en cuando da un recital donde parece que podría volver a demostrar que tiene algo único.

Encadena relaciones sentimentales siempre bajo el mismo patrón. Mujeres pianistas, más jóvenes que él, que apuntan maneras, trabajadoras, con ganas de esforzarse y triunfar. Durante el tiempo que dura la relación (desde unos meses a tres años como mucho), él las transforma, pule todo el talento que tengan y las introduce en el mundo del piano, les ayuda a encontrar conciertos, a prepararlos, a llamar la atención de patrocinadores o mecenas, en definitiva, a progresar. Lo consiguen: él por un lado, con toda su experiencia y capacidad pedagógica y ellas, por otro, con ilusión y trabajo. Es el efecto pigmalión, como si bastara la mirada de él, su presencia, para que todo lo que ellas puedan llegar a ser se manifieste. Ambos dedican mucho trabajo a la tarea pero aún así el resultado es mágico.

Por desgracia llega un día en el que él se cansa: «hasta aquí hemos llegado», «no eres tú, soy yo», «hasta luego Lucas». A él ya no le compensa o ha localizado otra que le atrae, gusta o enamora más. Ellas se quedan huérfanas: sin pareja, amigo, profesor, coach, acompañante... lo pierden todo de golpe. Son capaces de mantener el nivel que han conseguido con él, pero no de seguir acrecentándolo y, poco a poco, vuelven a caer en el anonimato del que él las sacó. Me imagino que tiene que ser devastador: ser una estatua, cobrar vida y que, al desaparecer el hechizo, tengas que seguir luchando sola para no volver a convertirte en estatua.

Los que asistimos a esta cadena de mujeres transformadas, siempre sabemos que la actual no será la última. No es que lo deseemos ni tenemos datos para demostrarlo pero observamos las mismas fases que se dieron con la última, la penúltima, la antepenúltima, etc. Y a mí, cada vez me da más pena, por ambos: por ellas, porque mientras las veo a ellas tan felices, con cara de que la relación y el progreso serán infinitos, siento que cada día que pasa están más cerca del final; por él, porque es un hombre sensible y durante cada relación se lo cree, cree que esta es diferente a las anteriores.

Mi teoría es que la pedagogía no es suficiente para llenar el corazón de alguien con mucho talento. 

Ver progresar a otro gracias a tu conocimiento, experiencia y compañía es muy estimulante, pero no tanto como desarrollarse uno mismo. Porque lo curioso en todas estas relaciones es que ninguna de ellas le da la vuelta a la tortilla; ninguna se plantea ser ella la que ayude a que él vuelva a los escenarios, la que acompañe en modo coach, entrenador, pareja. Tampoco se plantean, aunque vayan más despacio, que ellas progresen y que él vuelva. En el plano artístico siempre es él quien da y ellas las que reciben y yo no creo que esa ecuación pueda durar.

No puedo contar el final de esta historia ni plantear hipótesis de resolución o mejora, porque el modelo se repite de forma tan similar una vez y otra y otra que no creo que, sin ayuda profesional, puedan salir de él. Ni él, ni la actual pareja, ni las que están por venir.