martes, 24 de septiembre de 2024

Maltrato animal

Hoy he vivido mi primer caso de maltrato animal. 

Sí, todavía siguen existiendo personas que están convencidas de que asustando, golpeando o dañando de alguna forma al perro pueden conseguir que mejore sus comportamientos. No hay reflexión alguna por parte del humano. Tal comportamiento molesta, maltrato al perro para que deje de hacerlo. Sin más. Salvo que no consideran «maltrato» las agresiones que hacen, sino adiestramiento.

El vecino de un familiar adoptó un perro de la perrera de unos cuatro años. El animalito, de tamaño medio, a los pocos días de venir, una tarde en que el vecino me invitó a pasar a su casa, me atacó por la espalda y me mordió. No fue leve, no fue grave, los dos jerséis que llevaba me protegieron el brazo, pero necesité algo de tratamiento médico. Era la primera vez que un animal me atacaba y mordía y es impresionante tanto la fuerza como la fiereza que tienen. Estuve tranquila durante los minutos que duró y no fue a más. No denuncié a pesar de que la doctora que me atendió me dijo que era un error, que siempre hay que denunciar los ataques de animales, porque si no los dueños no suelen poner remedio.  Me equivoqué entonces y me conformé con pedirle al vecino que le llevara atado si le sacaba. No quiso ni ha querido hacerlo, el perro va suelto cuando le saca a pasear. No es mi casa, no es mi barrio, informé al Administrador de la Comunidad y al Alcalde del Municipio que no sé si hicieron algo, porque a día de hoy sigue sacando al perro sin atar.

Cuando yo he venido a casa del familiar del que es vecino, mis perros y el suyo se ladran mutuamente, cada uno en su parcela, pero se ladran a través de la verja medianera. Para el dueño del otro perro los ladridos de su perro son como una sinfonía de Beethoven, música celestial; pero los de los demás son un tormento. Un día mi perra Buni llegó con una herida en el hocico. Una herida rara que sangraba. No supe identificar qué la había causado pero sí lo relacioné con el vecino, no sé por qué, intuición femenina. Ella se había asomado a la medianera para ladrar e inmediatamente venía con esa herida, que no era un rasguño ni mordisco ni picadura. 

Otro día mis perros aparecieron calados, el vecino les había regado. Otro más con algo raro en el pelo, que tampoco supe identificar. Por fin, como la estulticia no tiene límite, el señor en persona me confesó cómo estaba intentando adiestrar, según él, a su perro y a los míos para que se lleven bien y no se ladren: con una pistola. No sé si de aire comprimido, de fogueo o qué porque el mundo de las armas es desconocido para mí.

Se lo pedí, pero luego pensé en el antecedente del ataque, la recomendación de la doctora de atención primaria y en su falta de responsabilidad llevando suelto al perro y me puse en contacto con la Guardia Civil. Por teléfono me dijeron que si el incidente no estaba sucediendo en el momento que no venían, pero que yo podía personarme en el cuartel correspondiente y poner una denuncia. Una hora después vinieron y pude escuchar cómo le decían al vecino que lo que había hecho era un acto de maltrato animal y que, si lo repetía, se lo tenían que llevar detenido. Me ofrecieron poner una denuncia dos veces, dije que no. Así como el día que me atacó su perro ni se me pasó por al cabeza, creo que si hoy me lo hubieran preguntado una tercera vez la habría puesto. 

No hizo falta que yo demostrara lo que había vivido: él intentó convencerles de las ventajas de su método de adiestramiento, mientras ellos le repetían que es un delito.

Así es como he vivido mi primer caso de queja y casi denuncia de maltrato animal, de los protocolos que hay que poner en marcha, de lo que implica para el que lo comete y de lo grave que es. No es agradable formar parte de una situación así y, antes de tomar la iniciativa de pedir ayuda a las autoridades, estaba tan nerviosa que se me ha olvidado por primera vez en mi vida pasar por caja antes de salir de un parking y, después, no era capaz de recordar cómo ir a una calle que conozco de memoria. 

Me siento agradecida por la evolución que han tenido y están teniendo algunas leyes. Tal vez hace décadas si una mujer de mediana edad se hubiera quejado de que el vecino pegaba tiros a los perros a ella la habrían calificado de histérica y con él se habrían tomado un carajillo en el bar del pueblo, pero hoy no es así. 

Nos queda, por lo menos a mí, bastante por aprender para tomar conciencia de cómo podemos defendernos de muchas situaciones que antes se consentían y ya no; que antes eran habituales y ahora están calificadas como delitos. Y, aunque  resulte muy desagradable o incluso te estropee el día, hay que decir «basta» y sumar en la buena dirección. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario