miércoles, 11 de septiembre de 2024

Las cosas innecesarias

  Para los pianistas profesionales, además del oído y las manos, lo más importante es la memoria. Franz Liszt puso de moda memorizar las partituras tanto para automatizar los gestos a toda velocidad como para lucirse en concierto. Aunque hay excepciones, la mayoría de los pianistas cuando hemos dado o damos conciertos en solitario solemos hacerlo completamente de memoria.

La clave para recordar tantas melodías, ritmos, armonías, matices y gestos no es solo formar y consolidar redes neuronales con toda esa información. Hace falta también que otras informaciones, otras redes, no intercepten las que van a permitir tocar a toda velocidad y sin papeles delante de cien o mil personas. 

Para dar un concierto de memoria y que no falle la concentración, poder dominar sin castrar las emociones de la propia música y del público y crear una interpretación la cabeza no puede estar llena de mil cosas. Hay que sacar todo lo innecesario por urgente o importante que sea para que haya una focalización natural en el programa del concierto

Es una forma de ascetismo, de minimalismo mental, que no exige solo la música sino todas las actividades que requieren mucha concentración y que son a la vez físicas y mentales. 

Liberar espacio, pulsar la tecla DEL para que desaparezcan todas las preocupaciones cotidianas y el mundo se reduzca a esa sonata, esa rapsodia, esos nocturnos en que hay que conectar con el compositor, con uno mismo y con el público en fracción de segundos. 

Cuando era joven yo llevaba este minimalismo mental al extremo y quince días antes de un concierto no abría cartas (escribía y recibía muchas), limitaba muchísimo las llamadas telefónicas, medía el número y tema de lecturas, películas o programas de televisión. Llegaba al concierto vacía del día a día habitual, ligera de peso mental, para poder concentrarme por completo en la música. 

Con el ritmo de conciertos que llevaba prácticamente me pasaba nueve meses en estado de ascetismo mental y no echaba de menos vivir de otra forma. Eso me dejó el reflejo natural de vaciar la cabeza de cosas innecesarias, que entonces solo hacía por la música, y que a lo largo de la vida me ha sido de una inmensa utilidad en todo.

Hoy en día no paro de ver personas adultas dispersas que ellas mismas confiesan una total incapacidad para concentrarse en aquello para lo que tienen talento. Por supuesto tienen que atender a muchas obligaciones laborales o familiares, pero también tienen dificultad para establecer una jerarquía en las prioridades de su vida.

 A mí también me pasa: quedan muy lejos aquellos años en que las dispersiones eran muy concretas y en momentos muy precisos por algo muy grave como el fallecimiento o enfermedad de alguien querido. Incluso en alguno de esos momentos la dificultad vital se me conectaba en la cabeza con el repertorio pianístico. El día que murió mi abuelo estuve trabajando el Impromptu n°2 de Chopin, un pasaje en particular que nunca había llegado a entender hasta ese momento preciso. 

Tal vez la clave no era que fuera joven sino que no había tecnología. En casa había una televisión y un teléfono fijo. Estudiaba con libros, apuntes, partituras, cuadernos y el piano. Cuando me independicé desapareció la televisión y solo tenía teléfono fijo, hasta que en 1994 me compré el primer ordenador, que servía para escribir y para investigar. 

Se nos ha ido de las manos, incluso a mí, que en comparación con otras personas paso poquísimo tiempo en compañía de la tecnología. Aun así, si pienso todas las cosas innecesarias que he visto o leído en una semana me parece preocupante. Antes me relajaba estudiando y ahora viendo bobadas.

Soy una persona de mi tiempo, que por suerte no tiene adicción a la tecnología ni al móvil ni a las redes sociales ni a las aplicaciones. Soy una persona de mi tiempo que, como la mayoría de las personas de mi tiempo, estoy perdiendo horas que podría invertir en algo más valioso, aunque sea dormir un poco más. 

Nos estamos engañando, somos víctimas de unos logaritmos endemoniados que llenan nuestra cabeza, a veces nuestras vidas, de cosas innecesarias.