lunes, 2 de septiembre de 2024

El lector

La mayoría de las personas que escribimos lo hacemos por necesidad de expresar ideas y opiniones. No nos es suficiente con pasar horas comentando con familiares, amigos o colegas lo que pensamos de tal o cual tema. Necesitamos verlo escrito. Ver, como dicen los franceses, «letra negra sobre fondo blanco». Recorrer las frases con la vista y reconocer que eso es lo que queríamos decir, corregirlo, mejorarlo o borrarlo. Volver sobre ello unas horas, días o años después y mirarse en el espejo de esa letra escrita. En definitiva, no escribimos, por lo menos no al 100%, para crear un acto de comunicación con los lectores. Hay primero un diálogo apasionante con la idea que necesitamos expresar o, como dijo Truman Capote, «con la música que hacen las palabras».

Luego llega el lector, el primer lector, sea alguien a quien tú mismo le das a leer tu texto o alguien que lo encuentra cuando se ha publicado y decide ojearlo. El segundo, el tercero, decenas, cientos de lectores en ocasiones. Te leen. Tu texto les engancha o no, se quedan a tu lado o se van. Unas veces depende de ti, de que no hayas sido capaz de captar y mantener bien la atención del lector; pero otras muchas depende de ellos, de que no sean capaces de leer ni 1000 palabras seguidas. El lector se identifica con lo que has escrito o no, te juzga o no, emite una crítica positiva o negativa. Se queda o se va.

Te llegan mensajes de todo tipo, y muchos positivos, del impacto de lo que has escrito en esos lectores que te han querido acompañar. Descubres ángulos en tu propio texto, gracias a las percepciones de otras personas, que no habías pensado o querido voluntariamente plasmar pero que, en efecto, ahí están. 

Ahora, además, están los haters, algo que no he experimentado en primera persona pero que tiene pinta de ser, por un lado, muy desagradable, y por otro, muy útil. Desagradable porque la violencia verbal con la que expresan sus opiniones no corresponde a la situación: tú has escrito un texto y parece que les has causado un daño personal. Útil porque su intervención crea polémica, debate y movimiento y, gracias a ellos, se multiplica el número de lectores.

 El texto vive a partir del momento en que se escribe y se publica en papel o en formato digital. Se hará famoso o no lo leerá nadie, pero el texto vive. 

Por eso se dice que un libro, un artículo, una entrada en un blog «ve la luz» como un recién nacido que sale del vientre materno. La presencia del lector tiene consecuencias y de ahí el agradecimiento que, en cuanto escribes y publicas algo, sientes por tus lectores. Ellos completan y enriquecen la vida del texto, le ayudan a crecer, le ayudan a ser. Aún así, y sin restar en nada su inmensa aportación, la mayoría de los escritores coinciden (coincidimos) en que el valor, el placer de ser leído no es comparable al de escribir, porque expresar las ideas, las emociones, los sentimientos es un acto mágico de introspección, de meditación, de tener acceso a lo que sueñas y deseas pero jamás vivirás o a lo que viviste en el pasado y habrías deseado que fuera eterno. 

Lo hagas mejor o peor, seas un escritor profesional o aficionado, escribir es un privilegio. Espero que nunca más, por grandes y acaparadoras que sean las obligaciones de mi vida personal, se me vuelva a olvidar.