lunes, 16 de septiembre de 2024

Mis años de Madrid

 En los años 70 del siglo XX por lo menos la mitad de la población de Madrid no había nacido en Madrid. Muchos eran emigrantes de otras provincias. Yo sí nací y viví allí mis primeros 20 años de vida. Después he seguido yendo mucho pero sin volver a vivir.

El Madrid que yo recuerdo es, en mi niñez, el de barrio Ciudad Jardín, del distrito de Chamartín, y, en particular la rotonda en la que confluían las calles de Puerto Rico y Víctor de la Serna con la Avenida Ramón y Cajal. La Parroquia en forma de sombrero mexicano dedicada a la Virgen de Guadalupe y el Parque Berlín fueron el marco del escenario en que se desarrolló mi infancia. Según me contaron, pero no lo recuerdo, aún era costumbre tender la ropa en los solares donde aún no se había construido y, como en los pueblos, nadie te la robaba tu ropa. Es que entonces Madrid, sin ser un pueblo, porque era la capital de España, conservaba en cada barrio un ambiente local, los vecinos y comerciantes se conocían y se trataban, chismorreaban los unos de los otros y, en general, se ayudaban.

En los siguientes diez años nos fuimos a vivir a la Avenida de la Paz, pero no fue tanto esa zona la que conocí a fondo, sino el centro de la ciudad, porque el Real Conservatorio estaba en la Plaza de Isabel II, en el actual Teatro de la Ópera. Los autobuses tardaban entonces 15-20 en recorrer toda la ciudad, desde la Avenida de la Paz hasta las Cortes y, aunque empezaban los atascos, no era comparable a lo que se puede vivir ahora, ni dentro de la ciudad ni en los accesos.

Íbamos al Conservatorio, después seguíamos en los cafés y como mucho paseábamos por los Jardines de Sabatini. Era el centro de Madrid, con sus monumentos y lugares emblemáticos pero existía vida además del turismo. Muchas tardes terminábamos en el Alabardero, el Gijón, el Lyon y tantos otros y no nos cruzábamos ningún turista, éramos los habituales que íbamos allí a leer, escribir, estudiar y charlar. Aunque saqué el permiso de conducir con 18 años me fui de Madrid sin haber conducido por sus calles (salvo en las prácticas y en el examen de conducir) y ha sido después cuando al moverme en coche he vuelto a ver calles, plazas y parques que no visitaba desde la infancia pero donde solo encajaba la mitad de mis recuerdos por todas las variaciones que habían experimentado.

Estaba tan centrada en la música clásica y me fui tan pronto a vivir a Francia que me perdí las canciones de Mecano y la movida madrileña. Cuando venía de vacaciones, y aún mi familia vivía en Madrid, me pasaba el día entre la Biblioteca Nacional y la calle Atocha que es para donde se llevaron el Conservatorio. 

Hay un tercer Madrid que he conocido a fondo hace pocos años y es el de la Sierra de Guadarrama. Pasé las pruebas para la formación de Guía de Montaña en los Picos de Europa pero la formación y el examen del Td1 (Grado Medio de Técnico Deportivo de Montaña) la hice en la Escuela de Alta Montaña de Madrid, así que todos los ejercicios, todas las clases prácticas eran en Guadarrama, desde el Puerto de Cotos a la Pedriza, desde Patones a San Rafael. 

En el Madrid de mi infancia y juventud la gente era muy amable. Una gran mayoría de la población había tenido que reiniciar su vida allí, lejos de sus raíces, y el ambiente era convivial y alegre, porque muchos de esos nuevos comienzos habían salido bien, las personas habían prosperado y no se les pasaba por la cabeza regresar a sus lugares de origen. Gallegos, vascos, catalanes, extremeños, andaluces, asturianos, cántabros, canarios... nos juntábamos todos y compartíamos la riqueza de cada región. 

Ahora, mucho más cosmopolita y apabullante que en los años 70, Madrid sigue recibiendo al viajero de un día con cordialidad. Te integras con facilidad si trabajas o estudias allí. Puede que desde el punto de vista logístico ya no sea una ciudad fácil, que los alquileres sean muy caros, que el tráfico sea densísimo, pero la gente, en su mayoría, sigue siendo abierta y amable. Sin deslucir sus museos, sus monumentos y parques, y, por supuesto, su extraordinaria sierra, es lo que mas valioso me parece a mí, esa naturalidad en el trato, que sea para unas horas, días o semanas te hace sentir inmediatamente acompañada.