sábado, 19 de octubre de 2024

La cigarra y la hormiga

Una compañera de gimnasio se quejaba de que, en menos de un mes, dos personas le habían expresado la inmensa suerte que tenían sus padres nonagenarios. Suerte de estar vivos y suerte por tener una pensión. Mi compañera se subía por las paredes y me decía que estaba harta de la gente que solo veía sus propios esfuerzos y que creían que a los demás les caían las bendiciones del cielo sin mover un dedo. Mi respuesta fue preguntarle si recordaba la famosa fábula de Esopo, después recuperada por La Fontaine, La cigarra y la hormiga.

Hay personas que son hormigas de manual y viven trabajando, esforzándose en todos los planos. A veces, ni siquiera siempre, consiguen que lo que siembran dé frutos. No siempre cosechan y, en ocasiones, lo hacen décadas después de haber plantado las primeras semillas. Si han sembrado cien veces han recogido diez, dos o ninguna. Las horas, los sudores, las lágrimas, las penurias, los miedos, etc. han estado ahí, pero cuando llegan los resultados pueden parecer anécdotas para el que no los haya sufrido.

¿Entonces qué es la suerte? ¿Haber nacido o convertirse en hormiga y aplicarlo a todos los aspectos de la vida? ¿O vivir al día como una cigarra, sin pensar en el mañana y, si llega el «invierno», ir de puerta en puerta para que alguien te resuelva los problemas? Así que sí, entiendo el enfado de mi compañera porque es muy cómodo no valorar los esfuerzos de los demás y adjudicarlos a la diosa fortuna. 

Tal vez lo que la gente quiere decir es que ser constante, consistente y resiliente es una suerte, que tener esa capacidad de posponer el placer para seguir intentando lo que necesitas o quieres es un privilegio que te permite llegar mucho más lejos.

Desde la infancia me ha gustado mucho observar tanto las cigarras como las hormigas. Su ciclo biológico no es tal y como lo describe la Fábula pero como metáfora para llegar a la moraleja nos sirven. Las cigarras forman parte del sonido del verano, las oyes más que verlas y paran de cantar cuando sienten tus pasos para volver a comenzar en cuanto te alejas. En cuanto el calor decae desaparecen hasta el año siguiente.

A las hormigas también les gusta el calor. Son persistentes, constantes, pesadísimas. Le destrozas el hormiguero porque lo han hecho al lado de tus tomates y unos días después te lo han reconstruido cerca de las lechugas. Si te entran en la cocina limpias con algo fuerte como lejía para ver si te libras de ellas y dejan sin titubear la carga para salir corriendo y sobrevivir. Una, dos semanas después han encontrado otro sitio por donde entrar de nuevo a robarte algunos granitos de azúcar. Te cansas tú antes que ellas, porque siguen, siguen y siguen intentándolo. 

Supongo que en el equilibrio está la virtud, ser al mismo tiempo cigarra y hormiga, sin que se te pase la vida sin disfrutar, por un lado, y siendo capaz de insistir por muchos obstáculos que nos encontremos, por otro; pero la verdadera moraleja de esta historia es que muchas veces no nos damos cuenta del esfuerzo que hay detrás de cada resultado que consiguen los demás y que donde solo vemos buena suerte ha habido millones de acciones para lograr ese resultado.