sábado, 10 de agosto de 2024

Los tesoros de la basura

El diseñador Lorenzo Caprile ha reconocido que, en ocasiones, se viste con ropa que encuentra en algún contenedor. No porque no tenga qué ponerse o porque no pueda hacerse un traje a medida, sino porque, según él ha explicado, algunas de las prendas de vestir tiradas estaban tan nuevas que hasta llevaban la etiqueta.

Así es. Hoy por hoy en la basura hay basura, por supuesto, y también montones de cosas en buen o muy buen estado, incluso nuevas. De todo: muebles, electrodomésticos, herramientas, materiales de construcción, enseres de todo tipo, ropa, libros, comida aún empaquetada y hasta tesoros. 

Varias modas se han juntado aquí: por un lado, la de consumir y comprar por comprar, que desemboca en que, cuando te aburres de algo lo quieres cambiar ipso facto y necesitas que el espacio que quieres ocupar con algo nuevo se quede libre; la impaciencia: por mucho que haya aplicaciones para vender o donar, por mucho que haya puntos limpios, contenedores para reciclar ropa por y ONG que te lo recogen gratis o por poco dinero, no se puede esperar y lo más rápido es dejarlo al lado del contenedor que esté más cerca de casa; la sostenibilidad a la que se une el interés práctico de no pagar por algo que puedes obtener gratis, la práctica de reutilizar y apañarse con lo que otros no quieren. 

Los que tenemos una edad hemos visto a las personas de otras generaciones anteriores guardarlo TODO. Se quedarían perplejos si vieran lo que tiramos ahora.

No tenían Síndrome de Diógenes, sino que nunca compraban por comprar. Eran personas que lo arreglaban todo, algunos con pericia y otros haciendo una chapuza, y por eso no tiraban nada: ni ropa, ni enseres, ni muebles, ni hasta un trozo de cuerda viejo o un tornillo oxidado. NA-DA. Cuando recibían regalos los guardaban con tal esmero que a veces se les pasaba la vida sin estrenarlo. 

No necesitaban lecciones sobre sostenibilidad porque eran naturalmente sostenibles.

A las generaciones siguientes el consumismo se nos ha ido de las manos y han tenido que venir los millennials, presumir en las redes del Dumpster diving y el stooping para recordarnos que aprovechar lo de otras personas se ha hecho siempre. Antes se daba de una mano a otra y ahora una parte se tira y se recoge de la basura. 

Dentro de estas prácticas hay varios estilos, desde el más higiénico en que solo se recoge lo que se ha dejado al lado de los contenedores, hasta el más arriesgado en que se bucea dentro de ellos, pasando por el estilo intermedio de sacar con ganchos lo que pueda interesar. 

Ojear, cazar, seleccionar, limpiar y desinfectar son los pasos de este protocolo, donde conviene respetar la legislación vigente de cada ciudad y municipio sino quieres que te pongan una multa y lo barato te salga caro.

He practicado y practico este nuevo deporte desde siempre. Cuando era joven en París y vivía en una residencia de estudiantes ya competíamos para ver quién había montado la mejor estantería con cajas de fruta. A dos compañeros les pudo la ambición y, cuando esperaban llevarse un sofá estupendo que estaba en una esquina, se vieron rodeados por una familia africana que estaba de mudanza. Siempre he aprovechado lo que los demás no querían y siempre he comprado de segunda mano.

Tras la pandemia, un día me pasó como al modisto español. Iba paseando con mi perra y vi una bolsa de 100 litros llena en la que sobresalía algo de ropa de la casa. Al abrirla vi las etiquetas de la lavandería grapadas y los pliegues perfectos de haber sido doblada por profesionales. Me pudo la curiosidad, me la llevé y en ella había sábanas, colchas y otra ropa de la casa de las colecciones pasadas de Zara Home. En perfecto estado, recién traídas de la lavandería, casi nuevas. Tras esa experiencia siguieron otras de ropa de vestir y de juguetes nuevos, algunos todavía en sus plásticos originales, todo ello encontrado de la misma manera. 

Empecé a ir más atenta por la calle pero sin más. Hasta que un día en una maleta que también habían dejado encontré un bolso Louis Vuitton original, usado y con la correa de colgarlo roto. No hacía falta ni que lo arreglara, tal y como estaba en el mercado de segunda mano me lo quitarían de las manos. 

Aún así, eso no fue lo que me impactó de verdad. Un día encontré casi entera y nueva la colección de libros de Austral de literatura universal, uno tras otro, libro a libro, nuevos, intactos, sin que nadie los hubiera leído. Ahí sí que empecé a tomarme muy en serio el stooping. Pasé de simple aficionada a experta y entré en el círculo de búsqueda y localización de tesoros por toda mi ciudad. Ya no eran encuentros fortuitos con la basura que otros desprecian. Tenía en mente lo que quería encontrar y sabía dónde buscarlo. Como no salía de mi asombro y lo comentaba con familiares, amistades y vecinos, empezaron a sentirse cómodos dándome lo que no querían. Ya no tenía ni que salir de casa: «¿quieres este ordenador del año pasado?», «¿te interesaría una enciclopedia de perros?», «¿te llevamos una elíptica que jamás hemos usado?», y así una semana tras otra. Llevo casi cuatro años en que casi no tengo que comprar de nada; ni muebles, ni enseres para la casa, ni ropa, solo la comida, algún libro o partitura que necesito para mi trabajo y que tampoco encuentro de segunda mano, ciertos artículos deportivos y algunos caprichos. 

Tengo mis propias reglas del juego, que son tres: jamás incumplir la legislación vigente, jamás coger nada si antes no he terminado de limpiar y desinfectar lo anterior y jamás coger nada que no necesite o que no esté segura de usar. Al recoger cosas que los demás no quieren también he tomado conciencia de que lo que a mí ya no me es útil puede servir para otras personas y no hay mes en que no haga donaciones a personas o a instituciones. 

Lo que sí creo que los millennials han aportado no es el seguir utilizando lo viejo sino que se nos quite la vergüenza de hacerlo. Comprar por comprar o solo utilizar lo nuevo no es signo de nada, ni de poder adquisitivo ni de elegancia ni de nada. En todo caso de carencias y vacíos varios. Aceptar lo de otros, dar lo propio, y compartir es lo único que tiene sentido común. 

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