martes, 3 de septiembre de 2024

La gente de Valladolid

No soy vallisoletana, mi madre y mi hermano sí, también lo eran mis abuelos maternos, mis tíos y algunos de mis primos. 

Me instalé en Valladolid en el año 2004, llevo aquí 20 años. He visitado esta ciudad desde que era un bebé y tengo recuerdos lejanísimos y difusos de algún viaje cuando solo tenía tres años, y después de cada estancia durante la niñez y adolescencia. 

La ciudad y la provincia, aunque no tienen la espectacularidad de otros paisajes de montaña de Castilla y León, me gusta mucho y sigo intentando descubrir rincones cada semana. Tengo más tendencia a ser exhaustiva con la naturaleza que con los museos y monumentos históricos, pero tampoco los dejo atrás. Así, si en el futuro dejo de vivir en esta ciudad y provincia, no me arrepentiré de lo que no conocí.

Cuando llegué en el 2004 aún se estilaba, cada vez que decías que vivías o venías de Valladolid, que te replicaran «Fachadolid», un calificativo despectivo que tiene su historia pero que, en estos 20 años, yo no he percibido como algo justificado ni una sola vez. 

Lo primero que me llamó la atención, en cuanto empecé a quedar con otras personas de mi edad, es que la distancia entre el centro de Valladolid y la parte sur, lo que se conoce como las Puertas de Valladolid, les parecía lejos. Una distancia que se recorría en 15-20' en autobús, después de haber vivido en Madrid y otras capitales europeas, a mí me parecía todo lo contrario, muy cercana. Tal vez eso podía explicar que cuando las familias de Valladolid se habían comprado una segunda residencia estuviera a, como mucho a 45-60' en coche. Vivían en el Paseo Zorrilla y veraneaban en Simancas o en Tordesillas. Eso no significa que no hicieran viajes largos nacionales e internacionales, pero la inversión económica de una segunda casa, bodega o merendero muchos la hacían muy cerca.

Después empecé a escuchar que se denominaba a las personas como parte de su familia y clan: «los tal», «los cual». En mi propia familia nosotros solo éramos para algunos «los de Madrid», no nos daba el linaje para más, ni siquiera, por ejemplo, para que se nos denominara «los Montes» (que es el apellido de mi padre).

Creo que esa forma de nombrar a las familias, que lleva implícita consciente o inconscientemente una jerarquía, es una herencia de la época en que los nobles castellanos dirigían Castilla y parte de España: «los Mendoza», «los Zúñiga», etc. Los que hemos venido a vivir aquí de adultos sentimos que no es fácil integrarse, porque hagas lo que hagas no hay forma de entrar en el cerrado círculo de «los tal». Incluso cuando alguien contrae matrimonio con uno de ellos no llegará a ser uno de ellos.

Distantes, esa es mi imagen de la gente de Valladolid. 

Pasar del «hola, buenos días» a la amistad es en Valladolid más difícil que inscribirte y terminar los 100 kilómetros de Santander. Por eso muchas personas, tanto vallisoletanos como de otros lugares, dicen no tener amigos aquí. Si por una conjunción astral intimas con alguien, por ejemplo, disfrutas de una conversación personal de 2h con una vecina, un tiempo de calidad que, en cualquier otro lugar sería el punto de partida de una buena amistad, aquí se quedará en nada. Dos días después te saludará pero como si aquella tarde en la que se habló a corazón abierto jamás hubiera existido o como si se hubiera arrepentido de ello. 

En el pasado este carácter distante e indiferente se justificó con los rigores de la agricultura y de la meteorología, pero en Valladolid ciudad no te andas cruzando agricultores todos los días y el clima es muy llevadero tanto en invierno como en verano. Simplemente es así, una forma de ser con los que no son de tu clan, una falta de interés real por conocer a los demás. Ojalá fuera desconfianza, pero no, es pura indiferencia. Como si fuera de su mundillo no pudiera existir nada ni nadie que, para ellos, valga la pena.

En mi caso, he podido traspasar unos cuantos muros de indiferencia a costa de no tomármela como algo personal y porque venía muy entrenada de haber vivido, desde muy joven, en el extranjero. Aún así muchas veces me he preguntado si me ha sido más difícil integrarme en Valladolid que en París. También me ha facilitado mucho las cosas el ambiente deportivo, que tiene sus propios códigos y donde sí existe la posibilidad de que compartir una carrera o un partido de tenis desemboque en una charla y después haya continuidad.

El contraste es muy llamativo, entre la facilidad del día a día que ofrece la ciudad de Valladolid y la dificultad de cimentar una vida social si no eres de aquí. 

Una pena para todos: para el que viene porque traga dosis de soledad y para los de aquí porque se pasan la vida girando sobre sí mismos. A ver si en lo que se refiere a Valladolid va a tener razón el filósofo italiano Antonio Gramsci cuando dice que «La indiferencia es el peso muerto de la historia».

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