miércoles, 28 de agosto de 2024

Menos es más

 Cuando empecé a estudiar Piano en el Real Conservatorio de Madrid estaba aún de moda un lema pedagógico: en 1º de Piano había que estudiar una hora diaria, en 2º dos, en 3º tres y así sucesivamente hasta 10º. No se tenía en cuenta la edad, el talento, si los padres o hermanos sabían música. Nada. En 1º había que estudiar una hora, en 2º dos, etc. 

La escolaridad de cualquier título instrumental de música incluye, además del instrumento y de Solfeo, otras asignaturas obligatorias, que también requerían estudio. Antes de terminar el Grado Elemental de Piano ya iba un mínimo de 4h de clase a la semana más todas las horas de estudio. El 95% de mis compañeros eran, como yo, niños, es decir, que, todas esas horas de música se sumaban a las pasadas en el colegio y a las dedicadas a los deberes. Antes de los 15 años tanto muchos de mis compañeros como yo conocimos muchos días y semanas de más de 10h de trabajo intelectual. 8-10 h diarias entre todo en un momento en que los estudios del Conservatorio eran un complemento a la enseñanza obligatoria. Ninguno nos estábamos aún planteando hacer de aquello nuestra profesión.

Fueron pasando los cursos, llegamos al Bachillerato, al Curso de Orientación Universitaria y a la Selectividad el que quisiera pasarla. Ahí, tanto los que fueron a la Universidad y siguieron estudiando música como un complemento, como los que decidimos profesionalizarnos en Música dedicábamos 40h semanales al trabajo intelectual y/o artístico. 

En aquellos años pensé muchas veces si aquello era razonable, si había otras formas de conseguir los mismos resultados sin pasarme el día estudiando. Se lo preguntaba a los profesores, a los compañeros y me miraban como si quisiera demostrar la cuadratura del círculo. 

Mucho tiempo después llegué a la montaña y a los deportes de montaña. Al querer mejorar para ser más solvente también pregunté a personas experimentadas y me contestaron «haciendo montaña», que, aunque lógico, me recordó la forma de enfocar la pedagogía en los conservatorios. Al vivir en Valladolid lo de «haciendo montaña» implicaba muchas horas de transporte para llegar a ellas y, buscando algo más eficaz en Internet, descubrí la página de un entrenador de carreras por montaña. Le contacté, le contraté, me puso un plan deportivo de unas 7-10h semanales y mejoré. Al entrar en ese mundillo he tenido acceso a la planificación deportiva de corredores de montaña de élite y ahí lo vi: entrenaban 21-30h semanales, no 40. Algunos habían intentado 40 y se habían lesionado, así que los entrenadores y expertos habían ideado fórmulas para mantener y mejorar los niveles pero sin hacerse daño, considerando siempre que en algunos casos «menos es más».

Si hoy volviera a estudiar música no seguiría casi ninguno de los lemas pedagógicos que me inculcaron y dedicaría muchas horas a aquel camino que, por puro sentido común (aunque fuera el de una niña) quería andar y algunos de mis profesores coartaron: ser eficaz con la forma y las horas de estudio en vez de acumularlas esperando que traigan resultados. Tantísimas horas metida en casa, sentada al piano o en el escritorio y luego también frente al ordenador, no se me hicieron largas porque la vocación y la pasión que sentía por la música era inmensa; pero viví un sistema en el que faltaba lógica y muchísima preparación pedagógica. Con esto no pretendo decir que se pueda terminar una carrera de música, y mucho menos profesionalizarse, estudiando una hora al día pero tampoco cómo se nos enseñaba.

Lo ideal es saber cuándo hay que echar horas a algo porque es muy difícil (en el piano pasa a menudo) o cuando está fallando el método y no es eficaz, lograr una correcta relación entre el «más es más» y el «menos es más» y compensar los días de muchas horas con otros más ligeros. 

Sin equilibrio no hay una buena educación.

martes, 27 de agosto de 2024

Los perros de Alain Delon

Quiero que me entierren con mis perros. No me importa nada más, solo quiero estar con ellos. Fueron los únicos que me quisieron incondicionalmente, siempre a mi lado sin pedir nada a cambio».

Alain Delon no solo fue guapo. Como él dijo en alguna entrevista, tampoco era tonto y, además, tenía talento. Te puede gustar o no lo que decía pero fue mucho más que «el hombre más bello del cine».

Tal vez por las circunstancias en las que se desarrolló su infancia, en particular que a raíz del divorcio de sus padres le metieran en un internado con 4 años, siempre dijo sentirse solo. Su mirada, además de belleza y talento, transmitía eso: soledad. Tal vez por eso, desde la juventud comenzó una relación de por vida con los animales en general y con los perros en particular. Apadrinó y colaboró con asociaciones protectoras y siempre vivió acompañado de perros y otros animales. 

Cuando yo vivía en París era habitual que cada cierto tiempo saliera un reportaje sobre él, sobre alguna película, homenaje, también sobre las polémicas en las que se veía envuelto, sus amores, sus hijos, etc. Seguro que vi muchas portadas y páginas sobre él pero la que más recuerdo es una imagen del cementerio de sus perros en su casa de Douchy. Entonces yo ya tenía a mi perra Titania, aunque como era una cachorra lo de plantearme su entierro me parecía lejanísimo. Me llamó la atención las lápidas y la devoción del actor por ellos. 

El cine y los perros fueron sus dos grandes amores, los más duraderos y creo que los que más significaron para él, no porque no amara o fuera amado por sus compañeras de vida, hijos y amigos, sino porque encontró una estabilidad en ellos que le llenaba por encima de todo. Y también, porque como varias veces dijo: 

«Creo que los perros y los animales poseen todas las cualidades del hombre pero sin sus defectos». 

lunes, 26 de agosto de 2024

Leer un libro entero

La publicidad decía «Taller de retiro para leer un libro entero». 

Volví a leerlo pensando que no lo había entendido bien: «retiro para leer un libro entero». 

Mi primera reacción fue pensar que era una broma, un fake como se dice ahora, pero no, iba en serio, era un taller donde te ayudan a terminar de leer un libro entero. Tiene sentido porque, hoy en día, incluso personas que siempre han leído y a las que les gusta la lectura, son incapaces de mantenerse focalizadas en un solo libro hasta terminarlo. Debe de haber muchísimas personas que necesitan ayuda para dejar de pasar de una pantalla a otra, de un estímulo al siguiente, de una actividad a otra. Personas que se hacen spoilers a ellas mismas, buscan en Internet el final del libro o lo dejan tras haber conseguido la heroicidad de terminar una página o un capítulo.

Leer es una de mis mayores pasiones y también una terapia, una verdadera medicina, sobre todo en los malos momentos. ¿Qué leo? Todo, todo lo que pillo. Libros clásicos, científicos y de divulgación; periódicos y revistas en papel y digitales; partituras; y también textos más o menos largos de las redes sociales. Más todo lo que leo con los oídos: música de todos los estilos; la televisión mientras hago otra cosa; radio y podcasts. 

No soy de esas personas que creen que solo Beethoven y Cervantes sirven de alimento intelectual. A mí, la verdad, me vale casi todo: unas cosas para un minuto y otras para miles de horas, pero no desprecio, por principio, nada. A casi todo le saco rendimiento mental y espiritual. Pienso que si algo te hace pensar, te da ideas, te enseña, te anima, te distrae, te relaja, te hace reír, etc., puede ser de enorme ayuda. La lectura es una forma de viajar, de vivir y, por supuesto, de aprender. 

A los que nos gusta mucho leer hemos vivido los dos extremos: empezar y terminar un libro (aunque sea voluminoso) en pocas horas y también no sentir ganas de continuar y hacerlo por pura disciplina, por el placer de vencer a la pereza o al libro o por ese punto de superación personal de decir «me lo leí entero». Así que, cuando vi el anuncio de ese taller donde te ayudan a leer un libro entero, intenté imaginar cómo es la vida sin leer, y no lo conseguí. No soy capaz de recordar un solo día de mi vida sin libros, desde que mi madre me leía cuentos cuando aún yo no sabía leer, hasta las primeras líneas leídas en algún otro idioma cuando por fin fui capaz. 

Como no todas las personas tienen la suerte de nacer en un ambiente donde se aprecie la lectura y no desarrollan este hábito desde la niñez, ¿no podríamos todos animar a los demás a leer un libro (aunque no sea entero)? Cada vez que cruzas unas palabras con alguien preguntarle por un libro, compartir algo de nuestra última lectura, invitarle a leer como tantas veces recomendamos un café o un restaurante; contagiarnos mutuamente el placer de la lectura, un descubrimiento antiguo o reciente y extender este maravilloso hábito y una de las mejores compañías que todo ser humano puede tener a lo largo de la vida.

La verdad de la naturaleza

 El viernes pasé una muy mala noche, casi no dormí. Tenía todo preparado para la excursión a León del sábado y daba vueltas en la cama pensando que, si no dormía, no podría afrontar el plan del día siguiente. Para animarme y no ponerme más nerviosa recordé que mi primera subida al Monte Perdido fue después de una noche de cuatro horas, en aquel caso por la emoción y la ilusión. 

Al día siguiente me desperté cansada pero con fuerzas para sacar adelante mi proyecto. Antes de llegar a Sabero paré en una entrada de la carretera a dejar un audio a un amigo que me había escrito el viernes por la noche. Aunque le comentaba los problemas que me habían quitado el sueño la víspera ya sentía la diferencia de temperatura de casi 15 grados entre Valladolid y Sabero; veía ante mí una vegetación que ya no correspondía a la meseta y escuchaba sonidos diferentes a los que puedo oír cada día en los pinares de Valladolid. Aún no había llegado a mi destino y, en el fondo, el día no había comenzado y ya sentía cómo se me empezaba a regenerar el cuerpo y la mente. 

Mi primera parada era Sotillos y Ollero de Sabero para disfrutar de la Camperona, esa cima de 1597 tan famosa para los ciclistas. Allí se quedaron parte de mis preocupaciones y para cuando me volví a montar en el coche camino de Ciñera ya estaba a miles de kilómetros del día anterior. Quise expresamente pasar por Candenedo de Fenar donde viví una aventura con mi perra Titania que he escrito y está publicada. Paré en los mismos lugares que estuve con ella y retrocedí en el tiempo unos cuantos años, como si ella estuviera aún con nosotros. Deseé que pronto se organice otra carrera de orientación en la zona para volver por allí a competir. 

El resto de la ruta hasta Ciñera ya me sentí en una nube. ¿Problemas? Ninguno. ¿Preocupaciones? Tampoco. Me sentía plenamente feliz, sin sueño, sin hambre, sin cansancio, contenta de disfrutar de una temperatura veraniega pero sin calima.

En Ciñera recorrí el pueblo de arriba a abajo, fotografiando los murales, parándome en cada esquina para ver la perspectiva de las montañas que la rodean y jugando conmigo misma a predecir la precipitación que, en efecto, cayó a las tres de la tarde. Hablé con sus habitantes, compré miel y después me senté en las gradas del antiguo campo de futbol para que los perros, y en especial Chiqui con su silla de ruedas, se divirtieran bajo la lluvia. 

Estábamos solos, pero, al cabo de una hora se echaron a correr como locos en dirección a María, otra habitante de Ciñera, que luego tuvo la amabilidad de sentarse conmigo y explicarme muchísimas cosas del municipio. Antes de irme y, mientras paseaba con ella, diseñé en mi mente los próximos recorridos que haré desde allí, algunos clásicos y otros menos. 

Durante el regreso a Valladolid me sentía por completo en paz y me acordé de la frase de San Agustín que da título a esta entrada del blog: 

«La naturaleza es la mejor maestra de la verdad»

Eso es. 

En las vidas de todos los días hay mil verdades, la de cada uno de nosotros, la de las diferentes percepciones que cada uno tenemos, más las que se forjan con las mentiras, conscientes o no, con las formas más o menos patológicas de autoengaños humanos. Además está la ilusión de no querer ver la realidad cuando es compleja, o lo contrario, la desesperanza de verla peor de lo que es. 

En la naturaleza todo se coloca en su lugar, como si por fin fueras capaz de armar un puzle que antes no sabías ni por donde comenzar. En la naturaleza consigues distinguir, dentro de tu propia vida, lo que es verdad de lo que no. Te das cuenta de lo que quieres y lo que no, de lo que quieres de corazón mantener en tu vida y lo que no. 

A lo largo de mi vida he conocido grandes cosas y personas, pero nada igual a la naturaleza. Muchas de las actividades que he hecho desde la infancia, como tocar el piano, leer, escribir, estudiar, nadar, etc. relajan mucho y son fantásticas para la salud mental, pero en mi vida nunca ha habido nada tan poderoso para mi equilibrio como la naturaleza. En el resto de los universos que he citado soy yo la que hago la inmersión, el esfuerzo y, al cabo de un rato, corto o largo, siento los efectos benéficos de esas actividades. 

En la naturaleza no hago nada, no me esfuerzo, me limito a estar y ella entra en mí y me devuelve todo: la energía, la fuerza, la serenidad, la ilusión, la vida. 

Al regresar el sábado hacia Valladolid pensé que solo tengo, en el fondo, un problema: que estoy pasando pocas horas por semana en la naturaleza. Ahí está la clave y la solución de todo lo que necesito y esa fue mi conclusión, porque por muchas cosas que haga y resuelva, en unos meses o años no recordaré nada de lo que hice el lunes, martes o miércoles de la semana pasada, pero nunca olvidaré aquel sábado de agosto en la montaña de León.

Las muñecas de Famosa

 «Las muñecas de Famosa se dirigen al portal..» era el comienzo de la canción de un anuncio de la década de 1970 que sonaba todas las Navidades. El anuncio simulaba la peregrinación de todos los muñecos de la empresa alicantina Famosa hacia el portal de Belén. Imágenes religiosas propias de la Navidad, muñecas andarinas funcionando y niño vestidos de pastorcillos cantando el tema musical con panderetas y zambombas como se cantan los villancicos populares. El objetivo de esta publicidad era, por supuesto, dar ideas a los padres y a sus hijos para los regalos de Reyes. 

Aquellos tiempos no eran tan consumistas como los actuales y solo en fechas señaladas como la Navidad, la Primera Comunión, un cumpleaños, etc. recibías una de esas muñecas de Famosa. Algunos padres te dejaban jugar con ellas y otros te la reservaban en vitrinas casi como un adorno. No eran regalos para niños ya que ellos recibían camiones, soldaditos, los también famosos Madelmen y luego Geypermen, indios y vaqueros, coches, grúas, balones, etc. Por último había una serie de juguetes mixtos, como los puzles, juegos de estrategia, patines, etc.

Cuando los niños crecían, si no querían conservar sus juguetes, los heredaban sus hermanos o primos y, si no había, se donaban en las iglesias para otros niños; pero muchos de nosotros, a pesar de que todo aquello nos parecían juegos demasiado infantiles, conservamos muñecos, accesorios, ropa y otras cosas de aquella época.

A partir de 2008-2010 aparecieron las aplicaciones de segunda mano y, como tantas otras personas, empecé a utilizarlas para deshacerme de chismes que sobraban en casa. Un día puse un anuncio con algún vestido de muñeca que había conservado casi nuevo. Se me ocurrió poner como precio 10 euros y, en pocos segundos, recibí más de 25 mensajes. No solo querían comprarlo, sino que me preguntaban si tenía más e incluso me ofrecían el doble del precio que yo había puesto. 

La sorpresa inicial vino seguida de la explicación que una chica me dio: que todo lo relacionado con la muñeca Nancy es muy codiciado por los coleccionistas. A partir de ahí ya investigué sola y descubrí en qué se ha convertido el mundo de Famosa: libros, asociaciones, exposiciones permanentes y temporales, modistos españoles que diseñan trajes, costureras profesionales que replican o inventan vestidos, coleccionables de la editorial Planeta y un mercado presencial y digital muy fluido de compra venta. También la propia empresa sacando tanto una nueva Nancy como ediciones o reediciones de la antigua, y hasta una colaboración con la cantante Aitana para editar una muñeca vestida como ella. En definitiva un mercado tanto para las niñas y madres actuales como para los nostálgicos de los años 60 y 70 del siglo XX. 

Algunas de estas muñecas de hace más de 50 años, si está bien conservada, pueden llegar a costar hasta 2000 euros y eso ha generado que, en torno a este fenómeno de pasión por todo lo que hizo y hace Famosa, surjan estafadores que en las aplicaciones de venta de segunda mano o coleccionismo, ponen a la venta una muñeca que puede existir o no y la venden a más de una persona que, por supuesto, pierde el dinero y nunca recibe lo que compró.

Aunque la Nancy de aquella época se lleva la palma, tampoco hay que menospreciar el coleccionismo de otras muñecas tanto de Famosa como de otras marcas y, en general, los juguetes de los años 70. De la misma forma que cabe pensar que algunos juguetes que se pueden comprar hoy en tiendas de juguetes o en el Corte Ingles por un precio razonable en varios años valdrán el doble.

Nadie podía imaginar cuando, en el mes de diciembre de la década de los 70, veíamos aquel anuncio de Famosa que 56 años después modistos que visten a la realeza y las actrices diseñarían vestidos para Nancy o que aquella muñeca que te regalaron por Navidades constituiría un verdadero patrimonio que, por ahora, parece que seguirá aumentando y atrayendo nuevos coleccionistas. Así que si tienes por casa algún juguete o muñeca de aquellos años no lo tires sin mirar antes su precio, ¡no sea que te arregle el mes o te dé para unas vacaciones!

lunes, 19 de agosto de 2024

Botellones en las playas

Nunca vamos los lunes a la playa del Duero. Por eso hoy me he quedado impresionada de la cantidad de basura que dejan los bañistas del fin de semana. Lo primero que he visto son restos de un botellón, con sus latas de refresco vacías y botellas de cristal de litro de cerveza. Tres latas y una botella. Después envoltorios de paquetes de galletas o chips o caramelos y una bolsa de plástico colgada de una rama que supongo alguien se había olvidado. También alguna mujer había dejado la bolsita en la que vienen la compresas femeninas y una usada doblada. 

Sorteando tanta asquerosidad nos hemos metido en el agua dando gracias porque la fuerte corriente del Duero nos traía agua limpia y fría. Mientras los perros y yo nadábamos he visto como llegaba el camión de la basura municipal a devolver a un lugar tan agradable su aspecto natural. 

Es una de las playas del municipio de Puente Duero, con su hábitat específico de fauna y flora. Ahí bajan a beber los jabalíes, corzos, zorros, ardillas, topos y erizos. Escuchas y ves volar alondras, grajos, perdices y cigüeñas. Los pescadores aficionados no se van sin alguna carpa, barbo y cangrejos de río cuando es la temporada. Y, según parece, el fin de semana se hace presente esa especie que no es capaz de divertirse sin ensuciar: la humana.

Gracias, mil gracias a los servicios de limpieza que borran con su trabajo la barbarie del fin de semana y, tras su paso, los humanos que queremos vivir en armonía con la naturaleza paseamos, corremos, andamos en bici y nos bañamos como si, por un momento, hubiéramos vuelto a un pequeño paraíso terrenal. 

Estos minis botellones de la playa de Puente Duero son insignificantes al lado de las que se han montado desde principio de verano en otro lugar mágico y que, además, pertenece a la Red Natura 2000: la playa El puntal, en Somo, municipio de Ribamontán al Mar, en Cantabria. 

El Puntal es un arenal de 4'5 km en la parte noroeste de la bahía de Santander al que se puede acceder en barco desde Santander o a pie desde Somo. Al no ser una de las playas más frecuentadas de la zona en alguna de sus dunas se practica el nudismo y se permite, durante todo el año, el baño de perros. 

49 formaciones vegetales, de las cuales 20 son prioritarias, y 9 taxones de fauna de especial interés. Eso es lo que se cargan los miles de jóvenes que se reúnen en El Puntal para hacer sus botellones. Hasta 5000 personas se han juntado en esas fiestas y han dejado regueros de basura que contaminan el arenal y el agua. No le quedó otra a principios de agosto al Ayuntamiento de Ribamontán al Mar que solicitar el apoyo y la ayuda de la Guardia Civil. 

Los jóvenes preocupados por el medio ambiente que se manifiestan ante los políticos y los ciudadanos, que aprovechan las reuniones nacionales o internacionales para dar visibilidad a su causa, ¿por qué nunca van a un botellón a impedir que sus compañeros de generación destruyan la flora y fauna de playas como la de El Puntal? 

El daño medioambiental debería ser una rémora del pasado. 

Muchos jóvenes, como muchas personas de mi quinta, cuidan con amor cada centímetro de la naturaleza, pero son cientos, miles y seguro que millones los que, a pesar de disponer de una información y de una educación ambiental privilegiada, siguen siendo insolidarios y destructores. 

No necesito ir a El Puntal al día siguiente de un botellón para argumentar lo que pienso. Me ha bastado con la basura que he visto esta mañana: hay que multar el daño medioambiental por pequeño que sea, como te multan por ir a 55 en un tramo donde es obligatorio ir a 50. Y si se pone de moda que miles de personas se reúnan a festejar en una zona de la Red Natura 2000 hay que prohibirlo. Ojalá que la educación fuera suficiente para inculcarnos a todos un civismo y un respeto medioambiental absoluto, pero cuando falla, la Ley debe actuar. 

domingo, 18 de agosto de 2024

Jubilarse en el deporte

Si hay algo que los deportes de montaña me han permitido ver y vivir de cerca es que se puede seguir siendo deportista de élite con más de 40 años. Incluso con 50, 60, 70 y, algunas personas privilegiadas, con más de 80. A ningún periodista se le ocurriría preguntar a un o una élite de 40 años de montaña si se va a retirar. No solo por los muchísimos ejemplos de triunfos nacionales e internacionales de deportistas maduros, sino porque algunos corredores de montaña mejoran con el paso del tiempo. 

Por eso me sorprende la unanimidad con la que, durante los Juegos Olímpicos, escuché que había llegado el momento de que el tenista Rafael Nadal, con 38 años, se retirara. No solo en las preguntas a veces impertinentes e inoportunas de los periodistas, sino también en la calle, en el gimnasio y hasta en la piscina de mi comunidad; «Es que está muy mayor». «Es que  se tiene que retirar». ¿Por qué? «Porque tiene 38 años» dicen unos; «Porque ha tenido muchas lesiones y lleva un tiempo sin poder jugar a su nivel habitual» comentan otros. 

Menos mal que  al final el oro olímpico se lo llevó Djokovic con 37 años (un año menos que Nadal) y nos recordó a todos que, aunque la edad cuenta mucho en el deporte, no es lo único. 

En mi opinión, las claves para seguir practicando deporte, e incluso competir con más de 40 años son dos: ser realista con la evolución del cuerpo y esforzarse más. El paso del tiempo es inexorable y los cambios biológicos que conlleva también. Además, se suman las lesiones, las decisiones que se hayan tomado frente a ellas y la suerte que se haya tenido. Los 40 no son los nuevos 20, pero con todos los progresos en entrenamiento, recuperación de lesiones, nutrición y psicología deportiva, se va empujando la edad de jubilación deportiva más y más lejos. 

Dejemos que cada uno elija el momento de retirarse y disfrutemos al ver a deportistas de casi 40 años o más ganar como si tuvieran 20.

sábado, 10 de agosto de 2024

Los tesoros de la basura

El diseñador Lorenzo Caprile ha reconocido que, en ocasiones, se viste con ropa que encuentra en algún contenedor. No porque no tenga qué ponerse o porque no pueda hacerse un traje a medida, sino porque, según él ha explicado, algunas de las prendas de vestir tiradas estaban tan nuevas que hasta llevaban la etiqueta.

Así es. Hoy por hoy en la basura hay basura, por supuesto, y también montones de cosas en buen o muy buen estado, incluso nuevas. De todo: muebles, electrodomésticos, herramientas, materiales de construcción, enseres de todo tipo, ropa, libros, comida aún empaquetada y hasta tesoros. 

Varias modas se han juntado aquí: por un lado, la de consumir y comprar por comprar, que desemboca en que, cuando te aburres de algo lo quieres cambiar ipso facto y necesitas que el espacio que quieres ocupar con algo nuevo se quede libre; la impaciencia: por mucho que haya aplicaciones para vender o donar, por mucho que haya puntos limpios, contenedores para reciclar ropa por y ONG que te lo recogen gratis o por poco dinero, no se puede esperar y lo más rápido es dejarlo al lado del contenedor que esté más cerca de casa; la sostenibilidad a la que se une el interés práctico de no pagar por algo que puedes obtener gratis, la práctica de reutilizar y apañarse con lo que otros no quieren. 

Los que tenemos una edad hemos visto a las personas de otras generaciones anteriores guardarlo TODO. Se quedarían perplejos si vieran lo que tiramos ahora.

No tenían Síndrome de Diógenes, sino que nunca compraban por comprar. Eran personas que lo arreglaban todo, algunos con pericia y otros haciendo una chapuza, y por eso no tiraban nada: ni ropa, ni enseres, ni muebles, ni hasta un trozo de cuerda viejo o un tornillo oxidado. NA-DA. Cuando recibían regalos los guardaban con tal esmero que a veces se les pasaba la vida sin estrenarlo. 

No necesitaban lecciones sobre sostenibilidad porque eran naturalmente sostenibles.

A las generaciones siguientes el consumismo se nos ha ido de las manos y han tenido que venir los millennials, presumir en las redes del Dumpster diving y el stooping para recordarnos que aprovechar lo de otras personas se ha hecho siempre. Antes se daba de una mano a otra y ahora una parte se tira y se recoge de la basura. 

Dentro de estas prácticas hay varios estilos, desde el más higiénico en que solo se recoge lo que se ha dejado al lado de los contenedores, hasta el más arriesgado en que se bucea dentro de ellos, pasando por el estilo intermedio de sacar con ganchos lo que pueda interesar. 

Ojear, cazar, seleccionar, limpiar y desinfectar son los pasos de este protocolo, donde conviene respetar la legislación vigente de cada ciudad y municipio sino quieres que te pongan una multa y lo barato te salga caro.

He practicado y practico este nuevo deporte desde siempre. Cuando era joven en París y vivía en una residencia de estudiantes ya competíamos para ver quién había montado la mejor estantería con cajas de fruta. A dos compañeros les pudo la ambición y, cuando esperaban llevarse un sofá estupendo que estaba en una esquina, se vieron rodeados por una familia africana que estaba de mudanza. Siempre he aprovechado lo que los demás no querían y siempre he comprado de segunda mano.

Tras la pandemia, un día me pasó como al modisto español. Iba paseando con mi perra y vi una bolsa de 100 litros llena en la que sobresalía algo de ropa de la casa. Al abrirla vi las etiquetas de la lavandería grapadas y los pliegues perfectos de haber sido doblada por profesionales. Me pudo la curiosidad, me la llevé y en ella había sábanas, colchas y otra ropa de la casa de las colecciones pasadas de Zara Home. En perfecto estado, recién traídas de la lavandería, casi nuevas. Tras esa experiencia siguieron otras de ropa de vestir y de juguetes nuevos, algunos todavía en sus plásticos originales, todo ello encontrado de la misma manera. 

Empecé a ir más atenta por la calle pero sin más. Hasta que un día en una maleta que también habían dejado encontré un bolso Louis Vuitton original, usado y con la correa de colgarlo roto. No hacía falta ni que lo arreglara, tal y como estaba en el mercado de segunda mano me lo quitarían de las manos. 

Aún así, eso no fue lo que me impactó de verdad. Un día encontré casi entera y nueva la colección de libros de Austral de literatura universal, uno tras otro, libro a libro, nuevos, intactos, sin que nadie los hubiera leído. Ahí sí que empecé a tomarme muy en serio el stooping. Pasé de simple aficionada a experta y entré en el círculo de búsqueda y localización de tesoros por toda mi ciudad. Ya no eran encuentros fortuitos con la basura que otros desprecian. Tenía en mente lo que quería encontrar y sabía dónde buscarlo. Como no salía de mi asombro y lo comentaba con familiares, amistades y vecinos, empezaron a sentirse cómodos dándome lo que no querían. Ya no tenía ni que salir de casa: «¿quieres este ordenador del año pasado?», «¿te interesaría una enciclopedia de perros?», «¿te llevamos una elíptica que jamás hemos usado?», y así una semana tras otra. Llevo casi cuatro años en que casi no tengo que comprar de nada; ni muebles, ni enseres para la casa, ni ropa, solo la comida, algún libro o partitura que necesito para mi trabajo y que tampoco encuentro de segunda mano, ciertos artículos deportivos y algunos caprichos. 

Tengo mis propias reglas del juego, que son tres: jamás incumplir la legislación vigente, jamás coger nada si antes no he terminado de limpiar y desinfectar lo anterior y jamás coger nada que no necesite o que no esté segura de usar. Al recoger cosas que los demás no quieren también he tomado conciencia de que lo que a mí ya no me es útil puede servir para otras personas y no hay mes en que no haga donaciones a personas o a instituciones. 

Lo que sí creo que los millennials han aportado no es el seguir utilizando lo viejo sino que se nos quite la vergüenza de hacerlo. Comprar por comprar o solo utilizar lo nuevo no es signo de nada, ni de poder adquisitivo ni de elegancia ni de nada. En todo caso de carencias y vacíos varios. Aceptar lo de otros, dar lo propio, y compartir es lo único que tiene sentido común. 

jueves, 8 de agosto de 2024

Motivación, disciplina... y tiempo

Hemos vivido unos años donde todo el mundo parecía motivadísimo cada día del año. Se creaba, sobre todo en las redes sociales, una falsa imagen de que no había pereza o desgana, todo el mundo tenía cada día unas ganas enormes de entrenar, practicar, estudiar y trabajar. 

Esa moda ha pasado. 

Ahora estamos en otra fase que consiste en ser sinceros, desmitificar la motivación y ensalzar la disciplina. Y esa fase durará hasta que las personas que ya tenemos una edad comencemos a confesar que, cuando te acercas y sobrepasas la cuarentena y la cincuentena, son tantas las responsabilidades con uno mismo y con otros, que la cuestión no es si estás motivado o si tienes disciplina sino si tienes tiempo o cómo sacas ese tiempo para ti.

A partir de cierta edad el verdadero reto no es preparar una carrera de ultra distancia o estudiar una oposición, ni tampoco aprender un nuevo idioma o a tocar el violín, sino disponer de 7, 14, 21 horas semanales para ti. Es conseguir encontrar esas horas sin culpabilidad por lo que pospones, mientras aceptas la impotencia de cuánto cuesta conciliarlo todo.

A partir de cierta edad la motivación y la disciplina no son suficientes para conseguir un objetivo que requiera entrenamiento, estudio o trabajo. Además, hacen falta un profundo respeto hacia uno mismo y una determinación sin fisura. 

Buscar tiempo, cuando escasea en tu día a día, requiere una motivación que roza la obsesión. Como no seas terco como una mula para localizar y no ceder ese tiempo, no lo conseguirás. Ahí entra en juego la disciplina, sí, pero con ella sola no basta porque la disyuntiva no es si entrenas o ves una serie en la televisión. Vas a tener que elegir entre salir a correr y atender un poco más a tu pareja, a tus hijos, a tus padres ancianos, al colega del trabajo, al becario de prácticas, a la logística casera y a un sinfín de responsabilidades que, tanto a los ojos de los demás como en muchos momentos a los tuyos, parecerán mil veces más trascendentales que a lo que tú querías dedicar tu tiempo.

Tempus fugit (el tiempo huye) y fugit a toda velocidad. 
Nadie ni nada podrá devolvértelo. Ni tu pareja, ni tus hijos, ni tus familiares, ni tu trabajo. Así que, tómate muy en serio encontrar el tiempo para ti y echa bien las cuentas de si lo importante y urgente no es tan importante ni urgente como parece, o incluso, aunque lo sea si compensa perder para siempre las horas que esta semana te podrías dedicar.

sábado, 3 de agosto de 2024

Ghosting, orbiting, zombieing y otras formas de desinterés

En los últimos años se han multiplicado los anglicismos para precisar diferentes formas de desinterés, evitamiento o alejamiento de una persona: benching, breadcrumbing, cushioning, ghosting, haunting, zombieing o zombing... y seguro que me dejo algunos más.

En primer lugar, creo que todos estos términos que son usados sobre todo en las relaciones sentimentales, pueden aplicarse a cualquier relación humana. En segundo lugar, pienso que siempre han existido más o menos estos fenómenos porque, al final, de lo que estamos hablando es de prescindir de otro ser humano, de desparecer sin explicar por qué, de dar migajas para que la otra persona siga enganchada, de que siempre la misma persona marque los tiempos de la comunicación o de que te utilice como le venga en gana.

El concepto que para mí resume todo esto es el de «cosificación de una persona», es decir, tratarla como si fuera una tostadora de 10 euros. Aquellas semanas en que cada mañana te levantabas y con todo mimo tostabas tus rebanadas de pan y luego limpiabas la tostadora con esmero quedan atrás: ahora te ha dado por los copos de avena y las semillas de chía y la tostadora ya no tiene sentido. Pues lo mismo pero con un ser humano. 

En mi opinión las claves para no ser víctima de todos estos fenómenos son dos: la humildad y bloquear mentalmente a los que aparecen y desaparecen regularmente. 

La humildad para aceptar que no todas las relaciones humanas pueden durar para siempre. Humildad para aceptar que los ritmos no son siempre paralelos, que uno puede seguir interesado en una relación de amor, amistad o profesional pero la otra parte no. Humildad para digerir que quien antes quería caminar a tu lado en lo que fuera ahora ya no. 

Bloquear mentalmente para que no jueguen contigo, para evitar que te cosifiquen. No seguir escuchando los mensajes esporádicos que te dejan y que, lo quieras o no, muchas veces te llevan a esperanzarte con que a esa persona sí le sigues interesando.

Aunque muy difícil, la humildad es fundamental para avanzar. Sin ella no es posible, por lo menos desde la serenidad, bloquear mentalmente a alguien. Es justo en el minuto siguiente a aceptar que a esa persona no le interesas o le interesas muy poco, donde surge naturalmente la fortaleza para hacerte respetar.

Con anglicismos o con el refranero español, la situación es la misma, ahora mucho más digital que antes, pero la misma, es decir: 

«si te vas a por tabaco y no vuelves, no seas como el perro del hortelano que no come y no deja comer.»

viernes, 2 de agosto de 2024

La inauguración de los JJOO

Soy afrancesada, casi medio francesa. Mi ciudad preferida del mundo es París. Amo la cultura francesa y he dedicado muchos años de mi vida a su música. Así que, al sentarme a ver la inauguración de los Juegos Olímpicos 2024, partía con muchos a priori favorables. 

Me alegró ver recuperada a Céline Dion. Sé que cualquier cantante luchará por recuperar su voz, así que no me sorprendió su potencia vocal, pero sí me llamó la atención el contraste entre las imágenes que estábamos viendo y las de estos últimos meses. En el documental «Soy Céline» ella reconoce haber utilizado la mentira para no confesar que padece el Síndrome de la persona rígida. Si ha habido mentiras, ¿ha habido también una excesiva dramatización de la enfermedad? ¿O solo se ha jugado magistralmente con los tiempos para que, teniendo en la memoria las imágenes de la cantante envejecida y enferma, contemplemos su resurrección en París cual ave fénix? En cualquier caso, me alegra de verdad que pueda volver a cantar y que haya dado visibilidad a una enfermedad rara y autoinmune. 

Yo no me di cuenta, quizá porque me estaba fijando en otros detalles, de lo de La Última Cena, pero menuda metedura de pata. 

Los franceses tienen un problema muy serio con los símbolos de los demás, sean religiosos o de otro tipo.

Les parece natural utilizarlos en el contexto que consideren adecuado. Ellos no ofenden, se ofende el que se lo toma mal; pero, imaginemos que a algún diseñador de las equipaciones deportivas se le hubiera ocurrido utilizar algún símbolo francés, como la Torre Eiffel, y plasmarlo en la zona del glúteo. Y que, además, se hubiera dibujado tambaleante, por ejemplo, como si estuviera borracha. Si, ante las televisiones de todo el mundo, alguien hubiera hecho algo que pudiera interpretarse como burla de un símbolo del patrimonio francés, no creo que el presidente Macron y la alcaldesa de París se hubieran ahorrado los comentarios sobre la falta de respeto hacia el país anfitrión.

Nunca he entendido bien por qué, en esto de los símbolos, tienen dos raseros. Por qué podemos ser una Francia laíca y racional con los símbolos de los demás, pero es de pésimo gusto burlarse de la grandeur française.

Primero se incendiaron las redes sociales, después siguieron hashtags y recogida de firmas, un comunicado por parte de algunos líderes musulmanes, calificando de «vergonzosa» la escena, y ahora una denuncia que veremos si prospera. Me gustaría poder decir que ha sido un error del artista Thomas Jolly, autor de la brillante idea, pero no. No es la primera vez que pasa ni será la última porque banalizar los símbolos de los demás es algo genuinamente francés. 

Por último, me encantó el documental sobre París. 

Es una ciudad muy hermosa. Durante las horas de retransmisión casi me olvido de que era una fiesta deportiva, concentrada en identificar, en cuanto aparecían, las miles de referencia a la cultura francesa.

Menos mal que al final Zidane le dio la antorcha a Nadal y volví a la realidad de que aquello era un evento deportivo, pero cuando luego se juntaron Amélie Mauresmo, Serena Williams y el propio Nadal me volví a despistar y pensé «Ah claro, es la inauguración de Roland Garros».

Amo a Francia con sus defectos. La amo tanto que fui capaz de pasar años en sus instituciones de élite musicales centrada en la música francesa como si Mozart, Beethoven o Brahms fueran solo fruto de mi imaginación. Me apena cuando pierden el equilibrio, ese equilibrio que ellos mismos supieron rescatar de la Grecia Clásica y han llevado a su arte.

El Sena, París, Francia, su historia, literatura, música y cultura urbana pasaron por delante del deporte y de los deportistas. En la inauguración solo se permitió brillar a los que, como Rafael Nadal, son también parte del patrimonio francés. ¿Me molestó, cuando caí en la cuenta, lo de La Última Cena? A mí, no. ¿Me pareció espectacular la inauguración? Algunas partes sí, otras no, y la ciudad siempre. ¿Brillante? Algunas partes sí. ¿Desequilibrada? Muchísimo. 

Cuando apagué la televisión después de casi tres horas tuve el mismo sentimiento que algunas veces en mis años de Francia cuando solo se hablaba, pensaba, investigaba e interpretaba el patrimonio musical francés:

«Lo poco agrada y lo mucho cansa».

jueves, 1 de agosto de 2024

Año nuevo

 Por fin es 1 de agosto. 

El mes de julio de los últimos tres años ha sido complejo, tanto, que estoy pensando que en 2025 mi año solo tendrá 11 meses y pasaré directamente de junio a agosto. Por eso, cuando llega el 1 de agosto respiro, como si empezara un nuevo ciclo y los vientos fueran a ser más favorables.

En julio de 2022 nuestro perro Chiqui, que entonces no había aún cumplido dos años, tuvo un accidente casi mortal que le seccionó la médula espinal a la altura de las vértebras L1-L2. Salimos adelante y Chiqui hoy vive con plenitud a pesar de su discapacidad. En julio de 2023 fui yo la que tuvo el accidente, me rescató el Greim y me operaron de la muñeca derecha. Gracias a la ayuda de algunas personas y a bastante trabajo he recuperado por completo mi mano de pianista. En julio de 2024 mis padres nonagenarios han enfermado de Covid, me lo han contagiado, lo hemos superado los tres, y ahora inician una nueva etapa viviendo en nuestra casa. 

Con las vivencias y reflexiones de estos tres meses de julio tengo material para dos o tres libros, pero, por ahora, comenzaré con un proyecto más modesto: escribir todos los días una columna, un texto digital, de opinión. 

El título es La Reina de las hadas. 

Hace referencia a mi perra Titania (2003-2019) y al único libro que he escrito que no trata sobre música clásica. Mi intención es reflexionar sobre cualquier tema que me llame la atención, sea o no de actualidad, en el que sienta que tengo algo que compartir. Ahora solo queda ponerse manos a la obra, pues como dijo Oscar Wilde:

«No existen más que dos reglas para escribir: tener algo que decir y decirlo.»